Estimado alcalde,

El día de Nochebuena me llegó a través de las redes sociales un mensaje escrito por el padre de Mario, el adolescente de 14 años que -circulando correctamente con su patinete- falleció atropellado por un autobús el pasado 11 de noviembre de 2022. El mensaje decía: «puta vida». Me dejó muy tocado. Es increíble el dolor que se puede transmitir con solo dos palabras, con solo ocho letras.

Medité un buen rato sobre la conveniencia de decirle algo al padre de Mario. Finalmente, me vi incapaz de escribirle, pero, reflexionando un poco, pensé que quizás escribirte a ti, querido alcalde, podría ser una modesta contribución para ayudar a evitar que muertes como la de Mario terminen siendo solo fríos números que alimentan estadísticas.

Zaragoza tiene un serio problema de seguridad vial, algo que -desgraciadamente- no nos pilla por sorpresa, ya que, desde hace años, se sabía que era cuestión de tiempo que el mal latente aflorara en nuestra Ciudad, tal como ha ido ocurriendo en otras ciudades españolas. El problema no se puede resolver ni con actuaciones puntuales ni a corto plazo. Más aún, si se empezara a trabajar desde ya mismo en la dirección correcta, los resultados estables muy seguramente tardarían años en llegar.

En materia de seguridad vial existen incomprensibles posicionamientos oficiales emanados de un organismo estatal. Digo incomprensibles porque muchas veces son contrarios a la razón y porque han evidenciado algo muy concreto durante décadas: no dan buenos resultados. Decir que los muertos por accidente de tráfico se reducen gracias al éxito de medidas como dificultar y ralentizar la movilidad, solo es una manifestación de incapacidad y fracaso. La lógica más elemental nos dice que, por ese camino, el éxito total solo llegará el día que nadie se mueva. No es serio el planteamiento.

Los ciudadanos tenemos derecho a desplazarnos en la forma que nos parezca más saludable o divertida, pero también tenemos derecho a no perder cada vez más tiempo de nuestras vidas metidos en un medio de transporte. Nuestra sociedad debe poder moverse cada vez más rápido y también -sea cual sea la forma de desplazarse- a menor coste, con mayor sostenibilidad, accesibilidad y, sobre todo, seguridad. Es algo esencial para nuestro desarrollo socioeconómico y, para conseguirlo, necesitamos trabajar en la línea de reducir los accidentes de tráfico. No se trata de ir despacio para que pueda seguir habiendo accidentes sin víctimas. Se trata de que no haya accidentes.

Una máxima de la seguridad en el transporte establece la necesidad de investigar técnicamente los accidentes para conocer sus causas y, a partir de ellas, formular todas las recomendaciones oportunas -dirigidas a quien se considere necesario- siempre con el objetivo de conseguir que ese accidente no se repita. Es una carrera de fondo, una auténtica maratón. Es el camino que, con éxito, siguen todos los modos de transporte, a excepción del transporte terrestre. Solo ante determinados accidentes de tráfico que producen mayor alarma social se perciben ciertos intentos de reacción por parte de las administraciones, pero suelen limitarse al anuncio de algún tipo de actuación puntual e inmediata, tal como suele ser la puesta en marcha de las socorridas «campañas de sensibilización». Eso es caminar a ninguna parte.

Personalmente, creo que la familia de Mario y las familias de todos los ciudadanos que perdieron a alguien en un accidente de tráfico necesitan que esos tristes acontecimientos que convirtieron sus vidas en «putas vidas» sirvan, al menos, para algo tan importante como evitar nuevas muertes… y el método lo conocéis, pues ya lo aplicasteis durante la pandemia en la que tan activos habéis sido tú y tu equipo de gobierno: escuchar a la Ciencia.

Déjame contarte que, como ingeniero, me impliqué en la pandemia cuando -reinando el caos- empecé a colaborar con investigadores sanitarios, ayudando a desarrollar sus propuestas con las tecnologías más adecuadas. Pronto se supo que la vía aérea era determinante en los contagios, pero alertar de ello era algo que debía hacerse en voz baja, ya que eso suponía contrariar determinados posicionamientos oficiales de rango superior. Me encontré de nuevo ante esas actitudes que tan familiares me resultaban por vivirlas, casi a diario, en mi actividad habitual, ligada a la seguridad vial.

Pero la sociedad no podía estar paralizada y había que actuar. Y no percibimos que os afectaran las presiones externas cuando dos personas de tu equipo, Natalia Chueca y Carmen Herrarte, se dirigieron a nosotros en unos términos que solo denotaban sentido común y preocupación real por resolver problemas: «decidnos qué se sugiere desde el lado de la Ciencia, que haremos lo que podamos».

Quizás otras personas que lean esta carta piensen que hubo oportunismo político en vuestra actuación. Ante eso, yo solo puedo exponer mi propia experiencia y decir que nunca recibí indicación alguna sobre lo que se debía/podía decir, o dejar de decir, en las sesiones técnicas, ruedas de prensa y reuniones con sectores socioeconómicos a las que, invitado por el Ayuntamiento de Zaragoza, asistí junto con otros muchos científicos y tecnólogos. En este sentido, tú y tu equipo contáis con mi felicitación y agradecimiento por vuestro buen saber hacer.

Pero vuelvo a la frase que dirigisteis a la comunidad científica y os convirtió en el ejemplo que se debía imitar: «decidnos qué se sugiere desde el lado de la Ciencia, que haremos lo que podamos». ¿Por qué no escuchamos esa misma frase -exactamente la misma- referida a la seguridad vial de nuestra Ciudad? Creo que la seguridad vial de Zaragoza merece recuperar aquel espíritu.

Entiendo perfectamente que esta materia es propensa a generar reacciones pasionales y dispares. Si se empezara a trabajar siguiendo modelos de éxito, es bien seguro que ni preguntas ni recomendaciones serían siempre recibidas con el total agrado de conductores, ciclistas, usuarios de patinetes, peatones, policías locales o gestores de transporte público. Es una realidad que no se puede obviar y que se añade a la casi plena certeza de que quien tenga la capacidad para asumir el reto no estará ya al timón cuando lleguen los frutos.

En España hay grandes técnicos en todas las materias que contribuyen a mejorar la seguridad vial, todos ellos dispuestos a colaborar si así se les solicita. Hay que darle un auténtico revolcón a la seguridad vial en Zaragoza y eso pasa por recorrer un difícil camino -solo apto para «gigantes y cabezudos»- sabiendo que nunca faltará el ánimo de familias que, como la de Mario, solo desean que nadie pase por una circunstancia como la suya.

Muchas gracias, querido alcalde, por haber leído esta carta.

firma juanjo

Juan José Alba
Dr. Ingeniero Industrial
Profesor de la Universidad.de Zaragoza